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El otro día tuve la fortuna de compartir una comida de trabajo con Jaume Patrici Sayrach y diversos miembros colaboradores e impulsores de la Associació d’Amics i Amigues del Fondo. Compartir unas horas con Sayrach es un lujo. Una conversación casual, una discusión sobre cualquier tipo de asunto, se trufa de ejemplos de muy diverso calado que brotan espontáneamente y le dejan a uno asombrado. O ya han discutido de esto antes y se tienen más que preparados los ejemplos, o bien Sayrach es muy grande. Y lo es.

Pues bien, discutiendo sobre diversas maneras de entender la vida y sus misterios así como su encaje en el día a día de una asociación de tamaño mediano, Sayrach dijo lo siguiente: el mundo es Comunión.

Mi comunión. En mi casa no existía ningún tipo de presión para que yo, llegada la edad correspondiente, hiciera la comunión. Mis padres no albergaban un sentimiento de vinculación con el hecho religioso que me empujara a hacer la comunión y, sin embargo, yo me apunté a hacer la comunión arrastrado por la ola que entre los muchachos y muchachas de mi edad vinculaba la ‘fiesta de la comunión’ con la recepción de regalos varios. Vamos, quería hacer la comunión porque quizás así me regalarían algo que de modo normal no iba a pillar ni de lejos. Esto es: compases… algo. No lo sé. Qué quería yo. Esperaba yo que, haciendo la comunión, me llegara algo bueno, algo mejor. No ya que mi relación con Dios y la liturgia que lo reverencia fuera mejor, sino algo material. Mis padres no sé lo que esperaban, pero no creo que esperasen nada de aquello.

No me compré un trajecito de capitán general, ni nada de eso. No me hice fotos con el librito, no fue una gran fiesta familiar. Mi madre me compró una cazadora, creo y me hizo una especie de pantalón y camisa que yo, que era ya un repelente de categoría, calificaba como ‘de piloto de Brabham’ porque era amarilla, blanca y azul. Qué incómodo estaba.

Mi comunión se celebró en la Iglesia de Sant Josep Oriol. Vinieron unos tíos… o no creo que viniera nadie. No teníamos mucha familia aquí, así que al acabar la ceremonia junto a otros críos a los que no conocía y con los que tampoco intimé durante la catequesis (aunque haciendo memoria, creo que ahí conocí yo al Pachi pequeño…), me fui con mis padres a comer al Paralelo. La Catequesis: un libro con ilustraciones de Pilarín Bayés sobre pasajes de la Historia Sagrada que no rellené ni de lejos. Poco más.

La comida la recuerdan mis padres porque el camarero se quedó flipando con que un niño tan enclencucho se metiera entre pecho y espalda un chuletón como el que me pusieron. Comimos solos. De ahí fuimos a hacernos unas fotos legendarias con mi hermano que era como un pollito pequeñito en el Arc de Triomf y a dar una vuelta por el Paralelo que entonces era un lugar bastante decadente. Una Llegir més …

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